En “La marejada de los muertos y otras pandemias” Ana María Fuster se compromete a presentar historias de 250 palabras para Narrar hasta que las manos se me agotan. Su compromiso está dicho: Redacto para denunciar lo que nunca debió pasar, también para rellenar los rotos de lo olvidado. Y con esa introducción nos llevará por múltiples microcuentos, todos ellos con la intención común de provocar en el lector la sensibilidad y la conciencia del mundo que existe más allá de su entorno.

En un mundo de zombis la pandemia nos lleva a la mudez y la autora nos cancela el horror de esa imagen del cuerpo viviente-muerto con la belleza de la prosa cuando dice: Nos desgarraron una a una cada palabra, en un insufrible suplicio, hasta convertirnos en murmullos. La historia esta fuera de la historia, está ahí para hacernos sentir la soledad y la desesperación que vivieron muchos en el encierro pandémico y ese deseo que llevo a algunos al suicidio, mientras otros se aferraron a la espera.

Un vuelo de pelicanos que según nos dice el narrador pescan mis versos robados al silencio, nunca fue más hermoso que en esa historia en la que se rescata la poesía y nos azota con fuerza en su línea final. En otra historia el amor llega como necesidad en el encierro y se enamorará de otra más allá de lo concreto, más de allá de la distancia, una a la que nos presentará en su última línea.

Fuster no se escapa a la crítica contra los políticos y su deshumanización del hambre y la pobreza. Una voz de disertación interna nos afirma que siempre estuvimos en cuarentena de una u otra forma, que en ese encierro vamos cuestionando roles, pertenencias, hasta identificar lo que verdaderamente es importante. Sin embargo, tal vez sea tarde. Dentro de esa conciencia civil presenta la mujer maltratada y utiliza como pie para varias historias el crimen del afroamericano, George Floyd, muerto por asfixia tras haber tenido su cuello presionado contra la brea, por la rodilla de un policía, durante siete minutos. Ese grupo de historias nos presenta la miseria que pasa desapercibida, la mujer asesinada, el racismo crudo, la realidad inconcebible de ese evento y el poder de trasformación que logró. Nadie sospechó que siete minutos daban para estallar una revolución, sí, así lo establece la voz narrativa. Y procede a presentar el poder transformador, la fuerza que empoderó a muchos por El fuego que habitaba las pisadas de cada persona, a reaccionar ante su propia opresión con la esperanza de que renacerán las ciudades de humo.

La disolución del amor está presente en La historia de “El Cuervo”, una que me remonta al recuerdo de “Los pedazos del corazón” de Luis López Nieves, y que a la misma vez nos brinda un detalle de la novela clásica, origen del gótico, “El castillo de Otranto”, de Horace Walpole.

Fuster nos ofrece una amalgama de historias que abordan múltiples temas. El tema de la muerte se presenta intermitentemente y nos obliga a cuestionarla, a recibirla e imaginarla en mundos alternos de ciencia ficción, de horror, de religión, de realidad y de locura.

“Los Vampiros urbanos” nos presagian: Nuestra letra absorbe ese sabroso mejunje de locuras donde nadie conoce a nadie y, aún así, siempre detona un poema, un cuento, una novela. […] Los escritores somos vampiros. Cuídate de que … al leer este libro termines convertido en otro muerto viviente de nuestras palabras.

En resumen, el texto es uno rico en imágenes, con historias que recorren desde el horror, lo gótico, la ciencia ficción hasta lo convencional; diverso en su presentación y salpicado de poesía.

Implementado por
Manny Alvarado