Ante el cuadro de aumentos salariales y la enajenación social que viven los políticos de esta isla, regresa a mi memoria un artículo que publicó el periódico, El Nuevo Día, recientemente. El mismo nos arropaba con un aire de simpatía mientras nos presentaba a una anciana de Adjuntas que tiene 113 años. El reportaje incluía una foto. Una sacudida a salir del ensueño y a cortar la sonrisa. Mientras miraba el retrato me pregunté: ¿qué podíamos celebrar? Cómo podíamos obviar la realidad que se nos presentaba en aquella imagen, ante la alegría creada por la buena noticia de que la protagonista había llegado a los 113, o a los 103, porque en el artículo se levantaba la duda. No importa, son sobre cien.
En el retrato podemos ver a una anciana, con la cara dibujada por múltiples dobleces de piel oscura, vestida con un traje fruncido a la cintura, sentada sobre un catre que está recubierto de lo que parece ser más bien un colchón de gomaespuma, descalza, agarrando un palo de escoba. El catre está en una pequeña habitación de madera iluminada pobremente. La imagen me recuerda a los cuartos en las cárceles de antaño, muy lejos de lo que nosotros conocemos como habitación.
Mientras observaba esto solamente podía pensar: ¿qué es lo que se supone que nos produzca alegría? ¿Cuál es el mensaje detrás de todo esto? ¡Que ha vivido cien años... en extrema pobreza! Sí, así es, porque como parte del artículo nos enteramos de que ha vivido en esa misma casa toda su vida.
Entonces, ¿será acaso la pobreza, (que la ha privado de los cortes de carne, de la comida congelada, de los restaurantes de comida rápida, del estrés de ganar mucho dinero para tener muchas cosas, de ambicionar una mejor casa, un mejor carro, un viaje en crucero o una vueltita a Europa, de no poder pagarle a Hacienda, de no poder cubrir el costo de la luz, o del agua), la que le ha brindado la gloria de ser vista en el periódico, en Internet y en facebook como la gran heroína que tiene 113 años?
En facebook las bendiciones se desbordaron de la página y los “hay que linda” se colaron de vez en cuando. Estamos tan enajenados, que entramos en la actividad lúdica de la imagen y participamos en la euforia de celebrar una larga vida ignorando la vicisitud de la pobreza.
Hoy, mientras escucho los comentarios de aumentos de sueldo de nuestros políticos se me recrudece la vergüenza y me aflora la indignación de que en esta isla de apariencias todavía hay gente viviendo en miseria, con una sonrisa en los labios, muy lejos de la mente de los políticos.
¿Será acaso que la protagonista de la historia del periódico ha vivido 113 años en otra isla?